¿Cuál es la tercera virtud cardinal?

¿Cuál es la tercera virtud cardinal?

Virtudes teológicas

En la sección 5, “Tomar decisiones morales”, se tratan los temas de los dones, los guías y el perdón y la reconciliación. Aprendemos qué significa vivir como una persona moral y qué dones nos da Dios para vivir una vida moral. También aprendemos sobre lo que nos guía al tomar decisiones morales y lo que ocurre cuando erramos. Y lo más importante, aprendemos que Dios nos da todo lo que realmente “necesitamos para vivir una vida santa, feliz y sana”(228). En el artículo 47 se tratan varios temas sobre la llamada a ser santos. El objetivo de la “moral cristiana es vivir una vida santa”(230). En otras palabras, el objetivo de la moral cristiana es vivir una vida, sin pecado y sin oscuridad, como seguidor de Jesús. Todos los cristianos son discípulos de Cristo. La característica principal

En los artículos 49 y 50 de la Moral Cristiana, titulados “Virtudes Cardinales” y “Virtudes Teologales” el autor habla de las cuatro virtudes cardinales: Prudencia, Templanza, Justicia y Fortaleza y las tres virtudes teologales: Fe, Esperanza y Amor. Aplicando cada virtud a nuestras vidas podemos aprovechar los dones perfectos que Dios nos dio y avanzar en nuestra relación con el Todopoderoso. Por ejemplo, la Prudencia es el acto de premeditación, o lo opuesto al comportamiento impulsivo. También se le llama juicio sabio o ser cauteloso. Actuando con prudencia uno puede tomar decisiones claras y decisivas sin la amenaza de ser imprudente. Otra virtud de la que se habla en los artículos 49-50 es la fe, que es la creencia en Dios. Dios nos bendijo con la libertad de creer en él. Otro ejemplo, la tercera virtud cardinal es la justicia, que es el hábito de ser desinteresado y considerar los pensamientos de los demás como propios. Lo contrario del amor es el egoísmo, y considerando que Jesús es amor, cuando actuamos de forma injusta nos estamos separando aún más de su amor y perdón.

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7 virtudes celestiales

Como la mayoría de las religiones, las prácticas y costumbres cristianas católicas enumeran varios conjuntos de valores, reglas y conceptos. Entre ellos están los Diez Mandamientos, las Ocho Bienaventuranzas, los Doce Frutos del Espíritu Santo, los Siete Sacramentos, los Siete Dones del Espíritu Santo y los Siete Pecados Capitales.

El catolicismo también enumera tradicionalmente dos conjuntos de virtudes: las virtudes cardinales y las virtudes teologales. Las virtudes cardinales se consideran cuatro virtudes -prudencia, justicia, fortaleza y templanza- que pueden ser practicadas por cualquier persona y que constituyen la base de una moral natural que rige la sociedad civilizada. Se considera que son reglas lógicas que ofrecen directrices de sentido común para vivir de forma responsable con los demás seres humanos y representan los valores que los cristianos deben utilizar en sus interacciones con los demás.

El segundo conjunto de virtudes son las virtudes teologales. Se consideran dones de la gracia de Dios: nos son dadas gratuitamente, no a través de ninguna acción por nuestra parte, y somos libres, pero no estamos obligados, a aceptarlas y utilizarlas. Son las virtudes por las que el hombre se relaciona con Dios mismo: son la fe, la esperanza y la caridad (o amor). Si bien estos términos tienen un significado secular común con el que todo el mundo está familiarizado, en la teología católica adquieren un significado especial, como pronto veremos.

7 virtudes

Las virtudes cardinales son cuatro virtudes de la mente y el carácter tanto en la filosofía clásica como en la teología cristiana. Son la prudencia, la justicia, la fortaleza y la templanza. Forman una teoría de las virtudes de la ética. El término cardinal viene del latín cardo (bisagra);[1] las virtudes se llaman así porque se consideran las virtudes básicas necesarias para una vida virtuosa.

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Estos principios provienen inicialmente de Platón en el libro IV de la República, 426-435.[a] Aristóteles los expuso sistemáticamente en la Ética Nicomaquea. También fueron reconocidos por los estoicos. Cicerón las amplió, y Ambrosio, Agustín de Hipona y Tomás de Aquino[2] las adaptaron al tiempo que ampliaban las virtudes teologales.

Platón identificó las cuatro virtudes cardinales con las clases de la ciudad descritas en La República, y con las facultades del hombre. Platón narra una discusión sobre el carácter de una buena ciudad en la que se acuerda lo siguiente.

La templanza[b] era común a todas las clases, pero se asociaba principalmente a las clases productoras, los agricultores y artesanos, y a los apetitos animales, a los que no se asignaba ninguna virtud especial. La fortaleza se asignaba a la clase guerrera y al elemento animoso del hombre. La prudencia se asignaba a los gobernantes y a la razón. La justicia se sitúa fuera del sistema de clases y de las divisiones del hombre, y rige la relación adecuada entre las tres.

Virtudes cardinales – deutsch

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Quienes rezan el Oficio Divino encuentran constantemente recurrente lo que parece ser el primer caso de la palabra cardinal aplicada a las virtudes. San Ambrosio, al tratar de identificar las ocho Bienaventuranzas registradas por San Mateo con las cuatro registradas por San Lucas, hace uso de la expresión: “Hic quattuor velut virtutes amplexus est cardinales”. Un poco más tarde encontramos que San Agustín emplea el término cardenal de la misma manera (Común de muchos mártires, tercer nocturno, segunda serie; también Migne, P.L., XV, 1653; Santo Tomás, Summa Theol., I-II.79.1 ad 1). Que San Jerónimo también utiliza el término es una afirmación que se basa en un tratado no escrito por él, pero publicado entre sus obras; se encuentra en Migne, P.L., XXX, 596.

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El término cardo significa una bisagra, aquello sobre lo que gira una cosa, su punto principal; y de ahí Santo Tomás deriva las diversas significaciones de las virtudes como cardinales, ya sea en sentido genérico, en cuanto que son las cualidades comunes de todas las demás virtudes morales, o en sentido específico, en cuanto que cada una tiene un objeto formal distinto que determina su naturaleza. Toda virtud moral cumple las condiciones de ser bien juzgada, de servir al bien común, de ser comedida y de tener firmeza; y de estas cuatro condiciones se derivan también cuatro virtudes distintas.

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