¿Qué es el ser humano según San Agustín?

¿Qué es el ser humano según San Agustín?

Aristóteles

Como uno de los conjuntos de ideas más influyentes de la historia cristiana, el pensamiento de San Agustín es siempre significativo. Sin embargo, mucho antes de ser un Padre de la Iglesia, Agustín fue un hombre encerrado en una búsqueda desesperada de la Verdad. Consciente de que la Verdad es simplemente el rostro de la realidad, Agustín trató de aprehender la naturaleza del universo en la propia creación. Y en la comprensión de la doctrina cristiana de la creación, este más grande de todos los Padres encontró el principio, la explicación y el fin del hombre. En el siguiente artículo, el reverendo Frederick Miller resume la búsqueda de Agustín, describe su método y expone sus conclusiones. El estudio resultante despierta en el lector una apreciación más completa del don de la vida y de la finalidad de todos los bienes creados.

Los libros I a X narran con hermoso detalle y estilo elocuente la ruina y el rejuvenecimiento espiritual de Agustín. El Juicio Final de Miguel Ángel, con su extraño descenso de los condenados y el ascenso de los bienaventurados, capta el movimiento interior de la obra. Se experimenta una confusión arrolladora que conduce a una caída, o mejor, a muchas “caídas” intelectuales y morales que equivalen a la destrucción. Pero al mismo tiempo se experimenta un ascenso triunfal, aunque sangriento, hacia la verdad y la plenitud de la vida. Ninguna novela moderna puede rivalizar en intensidad y emoción con la historia de la búsqueda de Agustín.

Historia de San Agustín

Para Ovidio, el premio es mundano y secular: las relaciones sexuales con miembros del sexo opuesto. Y para Agustín, la recompensa es alcanzar un estado mental de pureza y comprensión y ser aceptado bajo y por el amor de Dios. Para entender los diferentes objetivos de los hombres, ambos examinan la capacidad de “ver” literal y figurativamente. Para Agustín, son los cinco sentidos del cuerpo los que permiten al hombre reconocer y apreciar las impresionantes capacidades y creaciones de Dios. Agustín clasifica el amor y la belleza, como el amor y la belleza de Dios. Cuando Agustín roba la fruta del peral, se siente atraído por la apariencia de la fruta. “La fruta que robamos era hermosa porque era tu creación”. Es la apariencia física lo que atrae a Agustín al pecado. Ovidio, en cambio, define la belleza como una apariencia bien cuidada y un cuerpo atractivo. “Lo que nos atrae es la elegancia, así que no descuides tu peinado; la apariencia puede hacerse o estropearse con un toque hábil” (líneas 133-134). La superficialidad del maquillaje, la vestimenta y los peinados, confeccionan la idea de Ovidio sobre el atractivo y cuando está bien arreglado, el sexo opuesto es más asequible. Ambos critican también el cuerpo por motivos muy diferentes. Mientras que Ovidio critica el estilo de vestir, los peinados y la higiene de hombres y mujeres, Agustín escudriña el cuerpo a un nivel mucho más simbólico, examinando cómo el cuerpo se relaciona con Dios y la moral.

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Escritos políticos

Estos tres tipos de enseñanza deben realizarse en lo que Agustín llamó el estilo restringido. Este estilo requiere que el profesor no sobrecargue al alumno con demasiado material, sino que se mantenga en un tema a la vez, que revele al alumno lo que se le oculta, que resuelva las dificultades y que se anticipe a otras cuestiones que puedan surgir. Los profesores también deben ser capaces de hablar de vez en cuando en lo que él llamaba el estilo mixto -utilizando frases y ritmos elaborados pero bien equilibrados- con el fin de deleitar a sus alumnos y atraerlos a la belleza del material. Los profesores también deben ser capaces de hablar en el estilo grandioso, cuyo objetivo es mover a los alumnos a la acción. Lo que hace que el estilo grandioso sea único no son sus elaboraciones verbales, sino el hecho de que sale del corazón -de la emoción y la pasión-, moviendo así a los alumnos a obedecer a Dios y a utilizar su creación para llegar a disfrutar plenamente de Dios. Esta respuesta esperada es totalmente coherente con la que probablemente sea la cita más famosa de la autobiografía de Agustín, Las confesiones: “Nos despiertas para que alabarte nos alegre, porque nos has hecho y atraído hacia ti, y nuestro corazón está inquieto hasta que descansa en ti” (1997b, p. 3).

La ciudad de Dios

AtributosCrozier, mitra, niño pequeño, libro, corazón flamígero o traspasado.[1]PatrocinioCerveceros; impresores; teólogos; ojos doloridos; Bridgeport, Connecticut; Cagayan de Oro; San Agustín, Isabela; Méndez, Cavite; Tanza, Cavite; Baliuag, BulacanCarrera filosóficaObra notable

Agustín de Hipona (/ɔːˈɡʌstɪn/, también US: /ˈɔːɡəstiːn/;[28] latín: Aurelius Augustinus Hipponensis; 13 de noviembre de 354 – 28 de agosto de 430),[29] también conocido como San Agustín, fue un teólogo y filósofo de origen bereber y obispo de Hippo Regius en Numidia, en el norte de África romana. Sus escritos influyeron en el desarrollo de la filosofía y el cristianismo occidentales, y se le considera uno de los Padres de la Iglesia latina más importantes del periodo patrístico. Entre sus muchas obras importantes se encuentran La ciudad de Dios, Sobre la doctrina cristiana y Las confesiones.

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Según su contemporáneo, Jerónimo, Agustín “estableció de nuevo la antigua fe”[a] En su juventud se sintió atraído por la ecléctica (y ahora extinta) fe maniquea, y más tarde por la filosofía/religión helenística del neoplatonismo. Tras su conversión al cristianismo y su bautismo en el año 386, Agustín desarrolló su propio enfoque de la filosofía y la teología, dando cabida a una variedad de métodos y perspectivas[30]. Creyendo que la gracia de Cristo era indispensable para la libertad humana, ayudó a formular la doctrina del pecado original e hizo importantes contribuciones al desarrollo de la teoría de la guerra justa. Cuando el Imperio Romano de Occidente comenzó a desintegrarse, Agustín imaginó la Iglesia como una Ciudad de Dios espiritual, distinta de la Ciudad terrenal material[31] El segmento de la Iglesia que se adhirió al concepto de la Trinidad, tal como lo definieron el Concilio de Nicea y el Concilio de Constantinopla[32], se identificó estrechamente con Sobre la Trinidad de Agustín.

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